La escuela es un reflejo de la sociedad, y a la vez pretende ser un lugar de cambio. Los alumnos no son tablas rasas a las que modelar al antojo de un ideal, de un paradigma, por dos motivos principalmente: en primer lugar porque trabajar con seres humanos implica tener en cuenta su derecho a decidir por sí mismos, y en segundo lugar porque no existe un único paradigma social de lo considerado como ideal.
Los medios de comunicación, por ejemplo, transmiten en muchas ocasiones modelos de conducta y de relación entre personas saturados de violencia y carente de valores; Los niños y jóvenes perciben a través de programas de dibujos animados y videojuegos que la violencia es el recurso habitual para resolver los problemas, de tal modo que perciben que es eficaz e inevitable para solucionarlos; El mundo laboral se basa en muchas ocasiones en la competitividad, la rivalidad...
¿Qué reciben así los niños y jóvenes de la sociedad? No se trata de meterles en una burbuja: tienen derecho -y obligación- de saber lo que pasa y por qué pasa a su alrededor; lo que no se puede es mostrarles sólo el lado sensacionalista de las cosas y privarles de la experiencia de cuáles son las consecuencias a largo plazo, cuáles las opciones para cambiar esas consecuencias o prevenirlas, cuáles los beneficios.
Como decía al principio, la escuela es un reflejo de la sociedad, pero también pretende ser un lugar de cambio: se pueden y deben poner en práctica prácticas de gestión de la convivencia, pero su efectividad real, su generalización fuera de las aulas, queda condicionada en gran medida por lo que los niños y jóvenes perciben de lo que la sociedad les transmite, de lo que ellos -consciente o inconscientmente- creen que es lo "normal".